martes, 21 de febrero de 2012

Medios de comunicación privados para el odio y la sumisión

eclicsys.com
Alexander Escobar - Rebelión

Aceptación y satanización son términos implícitos, o efectos, de los discursos empleados por los medios privados de comunicación.
 
La aceptación, para nuestro caso, la asumiremos como aquello que emerge entre la opinión pública como “la verdad”; la satanización, por su parte, la entenderemos como su opuesto, “la mentira”. Acudimos al término “satanización” no por azar, o por capricho de estilo de quien escribe. Se propone por la capacidad de injerencia que los medios privados tienen en la actitud de la sociedad.

En la actualidad no basta saber y demostrar cómo los medios masivos del capital encubren y mienten sobre el mundo en que vivimos. Es necesario, además, abordar la relación que ello establece con lo emocional. Porque los discursos también tienen una injerencia sobre lo emotivo, provocan odio y sumisión.

Nuestra situación actual, a la que estamos siendo conducidos, se aleja del debate y los argumentos. En su remplazo, el señalamiento indiscriminado gana un espacio abismal. Contradecir la versión oficial de los medios así lo demuestra. Hoy disentir con el televisor no se recibe como una diferencia de opinión frente a lo dicho en noticieros y programas privados; obrar de esta forma, sin oportunidad de defensa alguna, significa ganar estatus de mentiroso frente a “la verdad” de la pantalla. El televisor es el nuevo ídolo, al que se venera como a un Dios, y su palabra es sagrada. Contradecirlo es pecado. Por tanto no solo somos mentirosos al contradecirle, además somos odiados, estigmatizados por los fieles que adoran la versión oficial.

En el mundo privado de los medios lo que importa no es la veracidad de los hechos ni la fuerza de los argumentos. Su accionar está determinado por la forma, la frescura de sus formatos y presentadores que imponen cualquier contenido, editado a su antojo. Su misión es recoger elementos fragmentados de la vida, de la cotidianidad, y elaborar con ellos un universo virtual de verdades aceptadas por la audiencia; son dioses mediáticos cuyos discursos evaden la exigencia de la argumentación y el debate.

Pero también son negocio. Entretener es su fuerte. No importa si es pobreza o muerte el tema, nada se salva de ser rentable. Para ello siempre habrá una música de fondo, un narrador con tono melancólico, y algunas miradas de niños y gente humilde en cámara lenta para hacer del drama algo entretenido y conmovedor. Tratan de mostrarlo como si fuese un gesto humano, cuando simplemente es una distracción pasajera que en pocos días será desplazada por otra tragedia más rentable y conmovedora. 
 
Pasan de tragedia en tragedia sin desnudar aquello que la produce. Presentan la pobreza como un acontecimiento espontáneo, natural, que nace y muere en el lugar que está, y cuya solución recae en la caridad de las personas. Mientras su trasfondo, sus verdugos jamás son tocados; no se informa sobre la corrupción y el saqueo legislativo del congreso que las provoca. Con golpes de pecho y llamados “al buen corazón” desvían la atención y esconden las causas del problema, a los responsables, a quienes diariamente despojan a la sociedad de oportunidades para una vida digna. Es una sutil forma de silenciar la crítica, la reflexión y la rebeldía ante la injusticia.

Los medios privados promueven temas para su aceptación y repetición. La sociedad es la presa que, sin argumentación y debate, repite y acepta un mundo virtual bien presentado, bonito, impecable. La realidad editada y tergiversada en formatos agradables a los ojos, los oídos, y la manipulación del corazón, resulta más entretenida que una realidad no-editada. La sociedad se vuelve adicta a la vida representada, mas no vivida. Cinco horas de magazín en las mañanas, una televisión sin angustias, sin debates sobre los problemas sociales, remplaza el tiempo de la vida en la calle, y desalojan en forma dramática el pensamiento y la acción para transformar la sociedad. 
 
Es un monopolio de la audiencia donde se imponen discursos con intereses definidos. No son temas para solucionar los problemas del pueblo, sino temas para sostener los intereses de los dueños del capital, que a su vez, y sin descaro alguno, también son propietarios de los medios. Son ellos quienes definen qué es “lo bueno” y qué es “lo malo”.

Controlar los temas es controlar las prioridades de la población, es controlar su ideología. No hablamos de lo que necesitamos, se nos impone lo que otros requieren que se diga. Los medios privados ejercen control sobre los discursos, y éstos sobre la actitud y actividades de la sociedad. El Tratado de Libre Comercio entre Colombia y E.E.U.U. es un ejemplo claro de lo anterior. 
 
Su aprobación fue celebrada en diarios y noticieros, y posicionado el tema como algo benéfico para el país. En sus medios no existe debate que diga lo contrario, a no ser por las breves intervenciones de organizaciones sociales cuyos argumentos, a manera de telegramas o twitter, quedan en desventaja ante los funcionarios del gobierno que poseen largas horas a la semana en los noticieros del capital. Asimismo podemos hablar de la guerra en Colombia. La salida negociada al conflicto no aparece como una opción a seguir; prácticamente es borrada del imaginario de las personas y presentada como algo absurdo y descabellado. En su lugar se exhibe la guerra como verdad, única solución. Y la sociedad acepta y repite el mismo discurso, mientras practica el odio y aclama la muerte: “¡hay que acabar con esos terroristas!”, son sus palabras, aunque inducidas por otros. 
 
Pero una simple operación matemática, de suma y resta, sería suficiente para demostrar que el dinero dedicado a la guerra podría solucionar grandes problemas del pueblo, si fueran invertidos para su bienestar. Lo último no tiene relevancia en la agenda noticiosa –obviamente–, ni se repite con la misma frecuencia que la palabra “terrorismo”. “Salida negociada al conflicto”, es una frase excluida del vocabulario de presentadores en noticieros, magazines y realitys, y la “operación matemática” que brindaría más recursos para la inversión social, es omitida en la programación de los medios privados. Así se impone el odio como verdad, y la sensatez como mentira para ser odiada, estigmatizada. Los resultados son aterradores. Quienes proponen la salida militar al conflicto son aceptados en sociedad, mientras que aquellos que se oponen, son vistos con desconfianza y recelo, estigmatizados y señalados como personas peligrosas que “apoyan el terrorismo”.

Es en este punto de la dominación nos encontramos. Nuestra mirada no solo puede detenerse en ejércitos y cuerpos policiales que ejercen control sobre las poblaciones. Más allá del ocultamiento de las injusticias y los crímenes de Estado del gobierno, los medios privados tienen como objetivo promover el odio a la crítica y a quienes la ejercen contra la sumisión. Nunca antes como hoy luchar contra la corrupción, la injusticia y la tiranía, había sido tratado con tanto desprecio por quienes padecen las infamias del tirano. El control sobre la sociedad y el grado de afectación en su cotidianidad ha sido tan fuerte y prolongado, que su logro está en hacernos parecer personas no deseadas, rechazadas, y aisladas por una sociedad que yace confundida y, en su mayoría, resignada a la opresión.

Hace poco más de un siglo, Oscar Wilde anotaba que en “la mayoría de nosotros, la vida verdadera es la vida que no llevamos”. Sin embargo, el orden actual de las cosas sobrepasa esta tragedia. Ahora no solo se trata de las máscaras que llevamos ante la sociedad. Es la sociedad, en sí misma, una gran máscara, una ilusión de libertad creada por los medios del capital. Es aquí donde un proyecto de comunicación alternativa retoma su importancia. Porque se trata no solo de informar lo que el capitalismo oculta tras sus medios. Su tarea es de más largo aliento. Desenmascarar la sociedad, y dejar desnudo el esqueleto de resignación y sumisión que la caracteriza, constituye un objetivo fundamental de su quehacer. Estamos enfrentados al odio como estrategia de satanización hacia las luchas populares, saberlo de ante mano, es asumir con responsabilidad el espacio que queremos transformar con la comunicación alternativa. De ello dependerá el acierto de nuestros proyectos o, caso contrario, qué tanto desconocemos de la dominación.

Lo que está en juego es la recuperación de la memoria de nuestros pueblos, su carácter soberano, y su criterio autónomo frente a los hechos. El trabajo de la comunicación alternativa radica en arrebatarle el mundo a la virtualidad creada por los medios privados, despojarlo de sus máscaras, despertarlo de la sumisión, y recuperarlo para vida solidaria de los pueblos. 


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